miércoles, 2 de noviembre de 2011

Panegirico de Balaguer a Trujillo

Panegírico de Balaguer a Trujillo

Durante el acto de inhumación del cadáver delGeneralísimo Rafael L. Trujillo Molina, en la Iglesia Parroquial de SanCristóbal, el día 2 de junio de 1961.

He aquí, señores,troncados por el soplo de una ráfaga aleve, el roble poderoso que durante másde treinta años desafío todos rayos y salió vencedor de todas las tempestades.El hecho horrendo consterna nuestro ánimo y estremece con fragoroso estrépitode catástrofe el alma nacional. Jamás la muerte de un hombre produjo talsentimiento de consternación en un pueblo ni gravitó con mayor sensación deangustia sobre la conciencia colectiva. Es que todos sabemos que con estemuerto glorioso perdemos al mejor guardián de la paz pública y al mejordefensor de la seguridad y el reposos de los hogares dominicanos. Elacontecimiento ha sido de tal modo abrumador que aún nos resistimos a creerlo.¡La tierra vacila todavía bajo nuestros pies y parece que el mundo se hadesplomado sobre nuestras cabezas!
¡ Quien nos hubiera dicho que el hombreextraordinario a quien hace apenas dos día vimos partir sonriente de sudespacho del Palacio Nacional, iba a volver a él pocas hora despuéscobardemente inmolado! Pero ahí está la tremenda realidad con toda suelocuencia aterradora. Muda está ya la boca de donde salieron tantas órdenes demando. Inmóviles se hallan sobre el pecho, donde el corazón ha cesado de latir,las manos que sostuvieron la espada que simbolizó durante cuarenta años toda lafuerza física de la nación. Exánime y vilmente atravesado por los proyectiles,yace ahí el pecho heroico donde flameó orgullosamente, como si flotara en suasta, el lienzo tricolor.
No es esta la horade hacer la apología de la obra y de la figura de Trujillo. Las lagrimas quenublan nuestros ojos y la emoción que empeña nuestra voz no nos permitiríancumplir con la ecuanimidad debida esa tarea justiciera. Pero los grandeshombres entran verdaderamente en la historia cuando abandonan el escenario dela vida con sus combates y sus contradicciones. Para el gran caudillo a quienahora nos disponemos a entregar a la tierra para que ella reciba como una madresus despojos mortales, ha llegado fatalmente ese momento supremo. Sea cual sea,señores, la actitud de la posteridad ante su obra y ante su memoria, desdeahora podemos afirmar que el nombre de Trujillo está grabado para siempre en elmaterial que el tiempo respeta y que es capaz de transformarse pero no deperecer en la sucesión de las generaciones. El legado que nos dejas es enorme eimperecedero. Sus obras permanecerán mientras permanezca la Republica y existaen ella un solo dominicano consciente de lo que significa el tratadofronterizo, la redención de la deuda pública. La independencia financiera, lasejecutorias cumplidas en el campo de las obras públicas, de la agricultura, dela salud y de la asistencia social, y de todo el bien que ha emanado durantetres décadas de una larga paz que ha asegurado el progreso y traído elbienestar y la tranquilidad a la familia dominicana.
¡Qué grande hombrefue Trujillo y cómo se proyecta su estatura de prócer sobre la historiadominicana! Fue humano, demasiado humano muchas veces, pero sus mismos erroresmerecen nuestro respeto porque fueron hijos de su pasión desvelada por el ordeny del concepto mesiánico que tuvo de su misión como hombre público y comoconductor del Estado. Su carácter recio y su voluntad monolítica, no sufrieronmenoscabo alguno ni en los duros conflictos a que se vio constantementesometido ni en el desgate indispensable implicaron para él sus cuarenta años devida pública y su intensa participación en los debates que dividieron en lastres últimas décadas a sus conciudadanos. Su fe religiosa, por ejemplo,permaneció incólume a pesar de todas lasapariencias, y el último de los pensamientos que dejó escrito de su puño yletra y que entregó a uno de sus secretarios particulares el mismo día de sumuerte para la preparación de un discurso que se proponía pronunciar en laceremonia inaugural de un templo adventista, pone en evidencia esa condicióninseparable de su carácter irretractablemente fiel a sus sentimientoscardinales. El pensamiento está concebido así, y revela que el mismo día de lacatástrofe ya el grande hombre tenía un presentimiento trágico de su destino:"Estoy convencido de que todo los cristianos tienen las mismas oportunidades ylos mismo privilegios ante Dios. Para confirmarlo hago referencia a aquellafrase de Jesús: 'Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; el que crea en Mí, aunqueeste muerto vivirá.'".
Recuerdo que en unaocasión inolvidable me dijo con cierto timbre de emoción en la voz: "Yo piensosiempre mucho en los muertos". Con el pensamiento puesto en sus hijos, solíadecir muchas veces: "El trabajo es lo que más acerca el hombre".
Su entusiasmo porlas condecoraciones y su afición a los títulos y a todo lo que es pompa teatralen las implacables luchas del poder, no respondió en el fondo a una simplesentimiento de vanidad, como muchos creyeron, sino que fue uno de los recursosde que se valió este artista de la política, conocedor profundo de lapsicología de las masas, para sugestionar las multitudes y para influir sobrela imaginación de los hombres con todo el prestigio de su fuerte ydesconcertante personalidad.
Al mismo tiempo queun hombre que tuvo una confianza ciega en Dios y en el destino, Trujillo fuefundamentalmente bueno. Bajo su pecho latía un corazón inmensamente magnánimo.Sólo una voluntad granítica como la suya pudo resistir, sin caer en excesos imperdonablesy en venganzas inútiles, el cúmulo de asechanzas insólitas, de delacionesinfames y de insinuaciones perversas que llegaban a diario, al través dealgunos de sus colaboradores, hasta la mesa agobiada de problemas de estedominador de la fortuna. Sobre sus hombros se han cargado muchas deuda que élno contrajo jamás y cuya responsabilidad corresponde a los maestros de laadulación y la intriga que especularon con su buena fe y con sus naturalespasiones de hombre que amó intensamente las sensualidades de la vida.
Trujillo llevaasegurada sobre sus sienes, al bajar al sepulcro, la corona de los inmortalesde la patria. Su figura entra desde este instante solemne en la gloriosafamilia de nuestra sombra tutelares. El momento es, pues, propicio para quejuremos sobre estas reliquias amadas que defenderemos su memoria y que seremosfieles a sus consignas manteniendo la unidad y confundiéndonos con todos losdominicanos en un abrazo de conciliación y de concordia.
Querido jefe: hastaluego. Tus hijos espirituales, veteranos de las campañas que libraste más detreinta años para engrandecer la República y estabilizar el Estado, miraremoshacia tu sepulcro como hacia un símbolo enhiesto y no omitiremos medios paraimpedir que se extinga la llama que tú encendiste en los altares de laRepública y en el alma de todos los dominicanos. Has llegado hasta aquí, traídoen hombros de esta multitud sollozante, para reintegrarte a la tierra que tevió nacer y donde podrás dormir en el mismo regazo en que descansan tusantepasados. La tierra de San Cristóbal, la misma en que bebiste por primeravez el agua de tus ríos natales, te será siempre propicia y en ella hallaras alfin el descanso que te negó la vida, a ti, batallador incansable que mataste elsueño y que no conociste la fatiga. No eres ya el adalid beligerante que fuistehasta ayer. Ahora, transformado por los atributos que confiere el misterio alos elegidos por el sueño de que no se despierta, eres un ejemplo, un penacho,un índice que nos señala el rumor a seguir desde la infinita lejanía de lodesconocido. Que Dios te reciba en su seno y que tus restos perecederos, altransmutase más allá de la tumba en vigor espiritual y en materia impalpable,contribuyan a vivificar la tierra que tanto amaste para que la conciencia de lapatria se siga nutriendo con la cal y con la energía de tus huesos en lainfinitud de los tiempos.

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